Édith Dekyndt

Edith Dekyndt nació en 1960 en Ieper (Bélgica). A través de diferentes formatos, presenta una materia sumisa a la acción irreversible del tiempo y a las transformaciones a veces efímeras que se derivan. La observación distante de fenómenos físicos discretos son el objeto principal de su investigación, induciendo una percepción alterada y amplificada de lo cotidiano. Desde fines de los años 80, desarrolla un largo repertorio de obras bajo la denominación de "Universal Research of Subjectivity". Creado inicialmente en 1999 como laboratorio colectivo de investigaciones, consagrado a elaborar conceptos que no estaban abocados forzosamente a ser concretizados, este término designa en la actualidad el conjunto de trabajos recientes, por medio de los cuales intenta sondear las relaciones entre una percepción a escala individual y una pretendida objetividad factual de los fenómenos. A través de experiencias que oscilan entre ciencia y ficción, explora las fronteras entre lo concreto y lo material y revela las zonas latentes donde el microcosmos se une con el macrocosmos, donde lo invisible se convierte en visible, lo intangible en palpable y viceversa. La percepción y la construcción que propone en la interacción de la obra y del espectador contraría la tiranía de la evidencia de una lectura inmediata de la realidad.

Exposiciones: Les Ondes de Love, MAC's, Grand-Hornu-Belgique, 2010; On Line: Drawing Through the Twentieth Century, MoMA-New York, 2010; Silence, A Composition, Contemporary Art Museum-Hiroshima, 2009.




Entrevista entre Francesca Agnesod y Édith Dekyndt



Francesca Agnesod: Alrededor de los años 1870, el físico escocés James Clerck Maxwell propone una experiencia de pensamiento que persigue como objetivo la refutación del segundo principio de la termo-dinámica: la entropía en un sistema cerrado es una función que aumenta con el tiempo hasta conseguir un estado de equilibrio.
Imaginemos de este modo una caja, dentro de la cual moléculas de gas ocupan el espacio de manera homogénea. Las moléculas que se agitan a velocidades distintas se mezclarían espontáneamente de manera que se alcanza una situación de equilibrio termo-dinámico.
Imaginemos ahora una pared que separe esta caja en dos partes, A y B, y en el medio, una puerta pequeña. Un ser microscópico, un diablillo, guarda sigilosamente la puerta y tiene la facultad de abrirla y de cerrarla. Sin jamás fallar, es capaz de seguir el curso de las moléculas y de distinguir las que se desplazan a una velocidad superior a la media. En el momento preciso en el que las percibe, abre la puerta y las deja entrar en la parte B de la caja. Moléculas lentas penetran también en la parte A.
Al cabo de un cierto tiempo, el gas contenido en la parte B adquirirá una temperatura superior a la del que estaba contenido en la parte A y así el diablillo habrá conseguido instaurar una situación de orden y de uniformidad. Habró llegado a crear y a mantener una diferencia de temperatura entre las dos partes, y esto, procurando evitar la disipación natural de la energía, lo que implicaría que la parte caliente ceda su calor a la parte fría. El diablillo sería entonces capaz de desviar el flujo espontáneo de los fenómenos y de invertir de este modo, le flecha del tiempo.
Si nos adentramos un poco más en la experiencia de Maxwell, resulta fácil suponer que el diablillo, armado con su tridente inestimable, estaría capacitado para transferir el calor de cuerpos fríos a cuerpos calientes, que la tinta negra difundida en el agua podría concentrarse hasta formar una gota, que los trozos dispersos de un vaso roto recompondrían espontáneamente su forma inicial, etc. Esos fenómenos, cuya irreversibilidad nos parece tan evidente que se vuelve ordinaria, podrían incluso mostrarse reversibles.
El diablillo de Maxwell solo diferiría de sus colegas de laboratorio por sus dimensiones: minúsculo y inteligentisímo, tiene la capacidad de descubrir a una ínfima escala, las diferencias entre partículas que nosotros no somos susceptibles de percibir. Mientras nosotros seguimos en nuestra ignorancia de observadores imperfectos, el dispone de una percepción que le permite modelar la materia tal y como la entiende. En el tiempo infinitesimal de un guiño cósmico, sólo el sabe cuando una molécula es lo bastante rápida o cuando una gota es lo suficientemente negra para ser seleccionada. Su punto de vista resulta ser tan objetivo que prescinde de cualquier instrumento de medida.
Aunque hayamos demostrado la imposible existencia de tal criatura, capaz de contradecir el principio entrópico dentro de un espacio cerrado, no resultaría inverosímil imaginar quizás en un lejano futuro que paradójicamente se convertiría en un pasado diferido, que este tipo de fenómenos llegaría a averiguarse en un sentido o el otro.
Si seguimos este guión, ¿cual sería entonces nuestra percepción de la realidad? ¿y hasta que punto esta última se vería afectada?

Édith Dekyndt: El concepto de realidad tal y como la filosofía lo entiende, se usa notablemente para calificar experiencias que vivimos de objetos, temporalidades, sensaciones, etc. En la medida en que resulta sin duda imposible que dos personas tengan la misma experiencia de la realidad, habría tantas percepciones de la realidad como individuos hayan existido.
En una novela publicada en 1953, Childhood's End, Arthur C. Clarke imagina seres procedentes del espacio, los Overlods. Estos se caracterizan por un dominio cerebral y científico superior al de los seres humanos. Sin embargo son incapaces de comprender lo que se produce cuando los seres humanos tocan o escuchan música. La música se asemeja para ellos a un ruido, sin más. Este modo de expresión que estremece profundamente el ser humano sea cual sea su cultura y que parece presidir el origen de nuestro lenguaje, no les produce nada. No perciben nada.
Teniendo en cuenta que la escala humana se mide en metros, los fenómenos que se producen a nuestra escala están condicionados por distintos criterios de los que rigen las escalas del nanómetro o del zetámetro.
Hoy en día resulta posible imaginar tales diferencias y también observarlas mediante máquinas que las consiguen traducir en imágenes; pero estas imágenes proceden de un cálculo informático y no de una experiencia óptica. No conseguimos verlas porque las escalas que estas atraviesan pertenecen a dimensiones distintas. Así, no resulta difícil suponer que el transcurso del tiempo tal y como lo conocemos solamente existe vía nuestra percepción.
Pocas horas después de haber recibido vuestra pregunta por mail, me encontraba dibujando y escuchando la serie Numbers (una telenovela en la cual un matemático ayuda a la resolución de investigaciones policiacas). En el episodio transmitido aquel día, el matemático se inspiraba en el principio del diablillo de Maxwell para resolver la intriga. Nunca había oído hablar del diablillo de Maxwell antes de leer vuestra pregunta.

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